Mientras por un lado se declama sobre los peligros ambientales y el impacto negativo de algunas técnicas de producción, tanto agrícolas como ganaderas, por el otro, no sólo hay un vacío cada vez mayor de datos oficiales concretos -y creíbles-, sobre el tema, sino que las propias políticas (o la ausencia de ellas) está provocando graves daños ambientales que fueron hartamente alertados.
Uno de los ejemplos más claros de la inquietud creciente que hay sobre esto fue la multitudinaria asistencia de productores que, la semana pasada, se logró en la jornada sobremalezas "resistentes", en el INTA Oliveros, Santa Fe. Es que si bien hubo avances notables respecto del impacto ambiental, especialmente para el suelo, con la incorporación de la labranza mínima y la siembra directa a partir de los 90, y su posterior generalización en la agricultura anual, la intensificación de los cultivos fue generando distintos desfases y desequilibrios por plagas, tanto por el lado de los insectos como de malezas.
En general, las novedades en agroquímicos y en ingeniería genética fueron asistiendo a la producción; sin embargo, los resultados no siempre fueron tan exitosos. Hoy se estima que hay al menos 10 especies vegetales que son resistentes a los controles químicos y mixtos. Con los insectos ocurre algo similar.
Las causas principales a las que se le atribuye esta situación son dos: la no aplicación de la totalidad del paquete tecnológico existente y la falta de rotaciones adecuadas.
Limitaciones
En ambos casos, las limitaciones económicas que viene presentando la agricultura son la principal razón que justifica la decisión de los productores, y no tanto por el desconocimiento de la tecnología que, aunque en menor porcentaje, puede conllevar también al mal uso de algunos productos.
En esta línea, un trabajo reciente de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires con ADAMA indicó que la inversión anual, sólo en controlar malezas resistentes en cultivo de soja, con una infestación de hasta un 20%, supera los u$s 1.400 millones. ¿Si la infestación es mayor? En ese caso, los técnicos reconocen que "no es posible económicamente...", aunque también destacan que se podría llegar a pérdidas productivas de hasta 17 millones de toneladas, solamente en soja con infestaciones de malezas superiores al 80% que no fueran controladas.
Pero también se sabe que desde hace tres ciclos los volúmenes aplicados de herbicidas e insecticidas (al igual que la cantidad de fertilizantes) viene disminuyendo, acompañando la continua baja que se está registrando en la rentabilidad de los cultivos, y que se agudizó especialmente en las últimas semanas.
Dejando de lado la aplicación de productos, también hay herramientas de manejo que se fueron dejando de lado en los últimos años. La falta de rotaciones entre agricultura y ganadería (pasturas y campo natural), como era tradicional, y también entre cultivos de gramíneas (trigo, maíz, sorgo, etc.) y leguminosas como el girasol y la soja, que constituían las armas con las que se cortaban los ciclos de insectos y malezas, se mantenían altos niveles de productividad, fertilidad y estructura del suelo.
El abandono de estas prácticas se produjo juntamente con un fuerte desplazamiento de la ganadería desde laCuenca del Salado y toda la Pampa Húmeda, especialmente hacia el norte del país. También un gran número de tambos fue sacrificado en aras de los cultivos, más rentables que cualquier planteo ganadero, a pesar de las retenciones que aún pesan sobre ellos, muy superiores a las ganaderas.
El desánimo de los productores de hacienda y su corrimiento determinaron, además, un fuerte retroceso del stock que se achicó más del 20%, perdiendo unos 11-12 millones de cabezas entre 2007 y 2011.
Falta de rotación
Así, los niveles de recaudación fiscal que esto generaba (casi u$s 80.000 millones sólo por retenciones, desde su reimplantación en 2002), el país fue sufriendo una muy fuerte descapitalización por pérdida de nutrientes no repuestos (se estima que no llega al 30% el nivel de devolución al suelo de lo que se le saca en cada campaña agrícola); aparición de especies vegetales e insectos resistentes a los controles conocidos hasta ahora; distintos daños en suelos que no toleran la agricultura continua (sin rotaciones), y un fuerte desbalance en el imprescindible equilibrio que debe haber entre cereales y oleaginosas, muy estable en otros países. De hecho, en la Argentina, las relaciones están invertidas, y en los 33-35 millones de hectáreas que se están cultivando anualmente con granos, el área de oleaginosas es abrumadoramente más alta que la de cereales, cuando otros competidores muestran exactamente lo opuesto.
Esto es lo que se fue percibiendo desde mediados de la década pasada, y que recibió el nombre de "sojización"por el abrupto avance que comenzaba a registrar la oleaginosa y que se mantiene hasta hoy, al punto que el 19%-20% de superficie que ocupaba del total del área agrícola anual hacia fines de los 80 se transformó en un 60% en el último ciclo, ocupando 20 millones de hectáreas de los 33-35 millones que se cultivan ahora.
Los productores se defienden y muestran tanto la espectacular caída de la renta agrícola que se viene produciendo como las alteraciones y restricciones extraordinarias en los mercados locales, que provocan fuertes transferencias de recursos desde la producción hacia otros eslabones de la actividad agroindustrial, o laslimitaciones para operar/exportar que impiden seguir con ciertas producciones.
El problema más grave es que, mientras tanto, las pérdidas silenciosas se suceden en uno de los sectores más competitivos que tuvo el país.